Clarividente,
el oráculo me anunció su profecía:
Tres vendrán que
marcarán tu camino,
la primera con sangre,
la segunda con fuego,
la tercera, con la sal
del olvido.
Y me fui,
con las manos en los bolsillos,
alérgico a dioses y profetas,
vestido de amarillo,
fumándome otro peta,
convencido de mi Carácter
es destino.
Pero vino la sangre y me arrasó las venas,
me dejó vacío de certezas,
huérfano de sueños,
paria y apátrida,
un hijo bastardo de la hoguera
que muere en el recuerdo de una cama
miserable, oscura y enferma.
Y el hijo del fuego en fuego se quema,
despelleja el alma y enardece la locura,
se consume entre humo denso y amargura,
consciente y embargado por la pena.
Esa era la segunda.
¿Y si carácter no es destino?
¿Y si es solo azar?
Tirar los dados en el vacío
y siempre ser impar,
seres condenados al desvarío,
a deambular
hasta encontrar nuestra parcela de olvido,
nuestra estatua de sal.
El oráculo me lo dijo,
y yo iba vestido de amarillo.
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ResponderEliminarTen cuidado, querido, que las musas te están invadiendo. Cada día me gustan más tus versos.
ResponderEliminarBicos.