martes, 22 de febrero de 2022

Las dos caras de una misma moneda

[Este texto nace de un ejercicio planteado en clase, con mis alumnos de 4º de ESO. Espero que lo disfrutéis. Sed indulgentes.]


Cuando uno se sienta a escribir siempre huele un poco a quijote. Algo hay de un idealismo absoluto y rebelde en el acto gratuito de compartir la propia visión del mundo. Ya sabéis, para el Quijote la palabra sí importa. Os he pedido que busquéis un/a quijote cercano/a y me escribáis sobre él o ella, y yo voy a hacer lo propio. Algunos me habéis preguntado si podíais incluir también una figura similar a Sancho. Por supuesto, os he dicho que sí, e incluso sonreía por dentro. Es difícil concebir un Quijote sin su Sancho, un Sancho sin su Quijote.

Algunos de vosotros y vosotras me habréis hablado de un abuelo, una tía loca, una amiga aventurera, o un profesor diferente. Vale. Está bien. Yo quiero ir un paso más allá y hablaros del quijote que mejor conozco. Y también de su fiel compañero de viaje.

No es muy relevante su físico, hay quijotes gordos y flacos, altos y bajos, feos y guapos... Con todo, él es un tipo bastante anodino, nada que se salga de lo corriente: mediana edad, media altura, ni gordo ni delgado, su rostro es equilibrado, con las cejas bastante pobladas, ojos marrones, pelo castaño, y día a día más escaso... Un hombre cualquiera. Quizá sí llame la atención su manera de vestir, un tanto informal para su edad: zapatillas de deporte, vaqueros, camisetas estampadas y coloridas... “No es el prototipo de tío serio y responsable, dudo que tenga un traje como dios manda”, imagino que pensará alguno al verle. A él le importa un pito y se viste de amarillo.

Lo que sí es más relevante son sus ideales, y lo que hace por intentar cumplir con ellos. Este sujeto definitivamente no es un hidalgo, ni pertenece a una antigua y rica familia, ¡ni siquiera es cristiano viejo! Si aún estuviera en funcionamiento el Santo Oficio iría apañado. ¿Qué ideales defiende entonces este tipo?

Por su historia personal, afrancesado; por convicción, ilustrado.

En pleno siglo XXI es normal escuchar en los medios a supuestos expertos hablar de rentabilidad, empleabilidad, de una inflación que pondrá en peligro el poder adquisitivo de los bolsillos de los pobres consumidores.

Él a veces llora y se pregunta dónde están los ciudadanos.

En pleno siglo XXI se acumulan las tecnologías nuevas y renuevas y tienes y necesitas y nunca llegas a un final, porque el único final es comprar.

Él a veces llora y se pregunta dónde está el amor.

En pleno siglo XXI hablamos y hablamos sin parar, pero ya no sabemos escuchar. Todo es ofensa. Solo queremos oír el aplauso de un público aquiescente, solo queremos un like. Las pantallas solo construyen pantallas, escaparates de vidas perfectas.

Él a veces llora y se pregunta dónde reside la verdad.

En pleno siglo XXI aún le debemos mil disculpas a cada mujer por ser persona, no por ser mujer; a cada negro por ser persona, no por su color de piel; al otro por ser persona, por querer, por desear, solo por ser.

Él a veces llora y se pregunta por qué.

Y aunque sabe que la guerra está perdida eligió sus armas con cuidado, abandonó la seguridad de su feudo, y se lanzó al polvo de los caminos, y al barro. Enseñar en estos tiempos tiene algo de romántico [Y también algo de catastrófico – Sancho dixit]. Cuando casi todo lo tienes al alcance de un botón es difícil comprender que el esfuerzo y el hacer las cosas paso a paso y en el orden correcto es fundamental. Es difícil comprender que de donde no hay, es un milagro sacar [Y somos más que ateos, mi señor – Sancho encore]. En un mundo de inmediatez absoluta en el que la cultura, de absorción lenta, resulta tediosa, inabarcable, lejana, vender poesía es una puta locura, y el que persevera en ello un absoluto demente. Pero a este fulano le importa cómo se dicen las cosas, porque ya se sabe, aunque sea lo mismo querer follarte que querer llevarte al huerto, no es lo mismo. Un auténtico vendedor de aire.

Y Sancho de la mano, que le recuerda el mundo y los límites de lo permisible, que le susurra que no sea excesivamente duro cuando corrige, que le inculca sentido y responsabilidad. Señor, no todo va a ser soñar, dicen que dice. Ponga los pies en la tierra y enseñe a estos niños a volar. Sábete, Sancho querido, que para enseñar hay que experimentar, que más sabe el diablo por viejo, que antes de ser fraile aprendí a cocinar. Sancho sabio. Sancho valiente. Sancho amigo. Sancho de la mano, marcando el camino. Sancho yo, mi, me, conmigo.

Todos y cada uno de nosotros somos un porcentaje Quijote y tenemos un Sancho, un Pepito Grillo que nos limita y nos permite convivir con el mundo más o menos en paz y, con suerte, ser un poco útiles, aportar algo de nosotros que merezca la pena aportar. Evidentemente habéis adivinado hace ya rato que mi quijote y mi Sancho están en mí, y en cada uno de vosotros. Y os confieso que deseo que ninguno de los dos se imponga, que se conozcan, que se admiren y que poco a poco se vayan acercando, haciéndose amigos, que se quieran. Probablemente ahí comience un viaje que pueda rozar la felicidad. Vividlo.

Álvaro

domingo, 13 de febrero de 2022

Una mirada cervantina

Ahora el tiempo sucede

y se multiplican las palabras

que vindican el vacío

de una existencia sin sino.

Todas las metáforas

resuenan insulsas

contra los muros de la patria mía,

un templo en ruinas.

Ya no sé quién soy.

Ya ni sé quién fui.

Devoré las páginas

de una historia nimia

y falaz,

y solo encontré

estridente silencio,

gritos ahogados,

un erial,

desolación.

¿Contra qué cargar

si no se ven molinos,

amigo Cervantes?

¿Y para qué?

No hay manera de cagarse y mearse

dignamente.

Nunca seremos héroes

porque la vida no es un cuento

y la muerte apenas importa si ya estás muerto,

pero duele si vives

y no hay bálsamo que lo alivie.

 

“Y luego, incontinente

caló el chapeo, requirió la espada,            

miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.”