No lamento el tiempo
que horada nuestras vidas,
que hace y que deshace,
que hiere y cura las heridas.
Vivimos a pecho descubierto,
volamos sin paracaídas,
corazones lanzados al aire,
versos ebrios de tinta.
Urdimos planes secretos
que huelen a vida de veras,
le robamos un instante a la muerte
y ya nos pensamos eternos.
Los dioses permanecen impávidos
y poco a poco asistimos a las exequias
de la imaginación,
un eco de nadie,
un epitafio en blanco.
Perdemos a veces el norte y la razón,
y asirse es fútil,
una locura propia de un artista insolente
que insiste en su despropósito
soberbio y altivo,
que escoge la dignidad de la derrota
y sonríe, zozobrando,
porque vivir es un arte.
No lamento el tiempo
que invierto en tu sonrisa
porque aunque no nos lleve lejos
este viaje maravilla
hemos surcado mares y atravesado desiertos,
hemos tocado fondo y hemos besado el cielo.
Y si tengo que elegir,
me vuelvo a quitar la camisa.