íntimo
que apenas comparten disfrazado,
travestido,
intentando velar la propia ausencia.
Custodian anaqueles forrados de libros,
viejos símbolos de nada,
mientras juguetean con una cerilla
y con un alma en llamas.
Sus conjuros son de aire,
permanecen sólo mientras tanto,
aletean y huyen,
inmarcesibles, de canto en canto.
Ser y no ser es un pleonasmo,
una metáfora,
un atisbo de ironía,
los magos denodados cantan
su angustia y su verbena,
su dicha y su apatía.
Juegan a inventar la primavera,
ateridos por el frío,
a merced de las tormentas,
invocando un código secreto
que no da de comer,
pero alimenta.
Vienen a gritar su duda inerte,
su tiempo detenido,
su eterna mala suerte,
sus desvelos,
mis deseos,
tus olvidos,
conscientes
de que quizá nacimos muertos,
pero nacimos.
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