Anochece y yo amanezco
aún aturdido
por los estertores de la tarde,
intravenoso,
cáustico,
empedernido.
Los silencios magnifican
los trágicos galimatías
domésticos
que se escudan
tras las ventanas pálidas
o incandescentes.
El mundo respira.
La luna despereza a los inadaptados,
a los miserables
y a los cobardes desertores
que rehúyen el combate.
Todos los gatos se saben pardos
y maúllan a coro,
y sin miedo.
Los jueces se encierran
para defender su buen juicio
tras un parapeto
de elegante intolerancia,
y juzgan.
Juzgan y sojuzgan.
La policía patrulla
las calles bien iluminadas
para imponer una ley
que nadie conoce
y nadie respeta.
La vida –el amor- se hace –y se deshace-
en cada esquina,
en lo oscuro,
y germina.
Amanece, y yo anochezco.