La ciudad ofrece breves momentos de paz,
apenas fugaces destellos de esperanza irredenta.
Yo suelo trasnochar.
Salgo y levito sobre todos y sobre todo,
absorto,
como un guardián que protege su redil,
amante y solícito.
Mi barrio es un arrabal,
putas y chaperos venden incendios a precio de saldo,
todas las esquinas desiertas paren su dromedario,
surtidores de sueños embriones de pesadilla,
y un hotel que oculta la vergüenza del padre de familia,
gente bien que naufraga mal.
Me siento en los parques a custodiar la angustia,
desde aquí se ve el puente y su suicida,
siempre el mismo, siempre diferente,
con ningún motivo que lo aferre a la vida.
De repente un crujido anuncia el fulgor plateado de la luna
reflejado en la hoja impenitente e inmunda
que un yonqui blande inútilmente
ciego en su delirio, corriendo de espaldas buscando la
muerte.
Y el amanecer,
y los impostores que inundan las calles.
Me conmueve mi barrio cada noche,
su verdad desnuda me alimenta.
Chapeau, Álvaro, me ha parecido sublime.
ResponderEliminarJoder, gracias...
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