Todos los miedos se conjugan
cuando por fin comprendes
que vivir es morir,
que el porvenir no existe.
Entonces respiras,
aunque el aire que redime
abrase tus entrañas,
y aceptas el coste sobrehumano
que tiene soñar.
Y sueñas.
Después de todo,
solo existe este instante,
y es eterno
y absurdo,
como los recuerdos
que atesoras.
Una infancia lejana,
cristalizada,
llena de lugares comunes
y terrores contextualizados.
La verdadera patria.
La adolescencia
y las primeras ausencias.
El desamor.
La misma vieja historia,
repetida.
Los consabidos fracasos
y las pírricas victorias
que dibujan el halo
de cualquier vida
de esta noria.
Nada del otro mundo.
Pero tu mundo.
Tu movida,
tu historia.
Todo pendiendo de un hilo.
Y sonríes,
porque la promesa de una muerte cierta
solo confirma la vida
y el amor que aún respiras.