domingo, 26 de noviembre de 2017

El apocalipsis

[Texto para buscar figuras retóricas que he propuesto a mis alumnos de 3ºEso en el examen de literatura que realizaron el pasado viernes. Uno de ellos me dijo: "Álvaro, ¿cómo haces para meterte en mi cabeza?...]
Aquella mañana gris y triste de noviembre golpeaba las entrañas sin ninguna piedad. El despertador había gritado demasiado y aún sentía sus truenos rebotando contra las paredes de mi cráneo. Me había duchado mecánicamente, repasando de memoria las figuras retóricas que el iluminado de Álvaro nos había hecho aprender… aliteración, onomatopeya, anáfora, asíndeton, metáfora, metonimia, sinestesia… ¡Una lista interminable! Después un desayuno entre sinalefa y diéresis y sinéresis y lírica culta y popular. ¡Joder, no aguanto más!
Cuando llegué a la cárcel (esto es una hipérbole, jejeje) la sirena llamaba a recuento, así que me apresuré. Corrí. Corrí rápido. Tropecé y aterricé de morros. Raspazos, rasguños, escozor. ¡Y ya llegaba tarde! ¿Qué podría ir peor?
Cuando llegué, terror, a la puerta, estaba ya a cal y canto cerrada. Llamé con indecisión y un sonido cavernoso, profundo, aterrador y malhumorado me invitó, no muy cortésmente, a pasar. Abrí la puerta y busqué el sitio libre más cercano con avidez, deseando con todas mis fuerzas no convertirme en la diana de las iras de aquel loco de atar, que te hablaba como si por cada metedura de pata se fuera a acabar el mundo. De repente mis ojos se encontraron con sus ojos y en ese mismo instante lo supe:
¡EL APOCALIPSIS!

lunes, 6 de noviembre de 2017

El cenicero

Todos nos negamos al sentir
y obramos milagros cada día:
saboreamos las hieles del Olimpo,
bendecimos herejías consistentes
e invertimos en masacres y en hogueras
porque sí,
reconociendo que
todo placer es culpa
y que
somos culpables irredentos.

Nadie huella tierra virgen
y el lenguaje ha perdido su magia,
ni misterio ni ministerio,
solo el líquido fluir de un desvarío
demasiado corriente,
demasiado torrente
para dejarse percibir
y no morir de deseo
cada vez más cerca de un silencio
que se atreve a admitir
su propia intrascendencia:
el ser
y el vacío.

La botella yace inerte
junto al cenicero
que desborda versos,
cenizas y sueños.