Me acostumbro cada día a ser el amante,
a no ser el amor,
a pasar los domingos entre lágrimas
que agonizan al sol.
Te acepto cuando vienes, intempestiva,
acepto tus juegos malabares
y el calor desbordante de tu risa,
y me quemo en un cuerpo que arde.
Sé que somos imposible,
una absurda contradicción,
que vuelvo a ser un kleenex,
el verso sin rima de la canción.
Tras el fuego te vas
y me dejas a mi muerte,
desnudo y helado,
como un cuerpo transparente
hecho de semen y sal.
Yo no sé ladrar,
apenas escribo,
a borbotones y mal,
suplicando tu olvido.
Aprendí a ser el amante,
aprendí a renunciar al amor,
a convertirme en un páramo errante,
a celebrar con ginebra el dolor.
No maldigas ahora mi estampa,
solo pude ser quien soy.
Pues toca desaprender, igual. O no ;)
ResponderEliminarPero diciéndolo así, como lo dices, tampoco es tan malo ser quien eres...
Sal de lo autobiográfico, del estercolero de la vida. Deberías hacer caso a Descartes, creo que fue él quien dijo que un buen libro (podría circunscribirse a un buen poema) cambia cada vez que lo lees. Tu poesía no cambia, es demasiado anecdótica, por exceso de tema y por regodearte en todo aquello que te rodea. Piensa que un poema no se hace con intenciones, con deseos, con experiencias, sino con palabras.
ResponderEliminarAgradezco la crítica, que observo constructiva. Gracias.
EliminarLástima el anonimato, podría ser un intercambio de ideas interesante.
Un abrazo.