miércoles, 27 de abril de 2022

Cruzar los dedos

[Este texto nace de un ejercicio de aula. Les pedí a mis alumnos una historia verosímil en la que el/la protagonista se despertase de repente y sintiese que su sexo había cambiado. Esta es mi versión. Tiempo de escritura: 30/45 minutos]


CRUZAR LOS DEDOS

 

El despertador me dio un susto de muerte cuando empezó a sonar el quiquiriquí estridente que me sacaba de mis mundos más secretos, de mis sueños salvadores. Todavía me negaba a abrir los ojos y empecé mi rutina mañanera: primero estirarme, desperezarme, y después ya enfrentarme a la luz traicionera.

Sin embargo esta mañana había algo extraño que noté enseguida. por lo general me despierto bien llenito de pis, y con el grifo cerrado con candado, ja, ja, ja. Pero hoy no sentí entre mis piernas el bulto habitual, aunque sí tenía ganas de mear. ¡Qué raro! Cuando iba a incorporarme sentí otra rareza. De repente algo sobresalía en mi camiseta de dormir, y era algo que nunca había estado allí. Dos algos, para ser preciso. ¿Qué estaba pasando? No entendía nada y solo pude abrir la boca para gritar, pero mi vozarrón ronco y viril se había esfumado y en su lugar hizo aparición una voz tierna, delicada y mucho más aguda de lo habitual.

Me incorporé de un salto y corrí hacia el cuarto de baño. El espejo me dejó atónito, ¿o debería decir atónita? Frente a mí había una niña, no yo. Es decir, era yo, pero no era yo. Aquella niña se parecía a mí, tenía muchos de mis rasgos característicos: mi nariz afilada, mis ojos luminosos, mi melífero color de pelo, mis orejas pequeñas y perfectas…, pero al mismo tiempo todos esos rasgos tenían un aspecto más suave, más femenino. Era yo, pero no era yo.

Entonces pensé: “¿Cómo voy a explicarles esto a mamá Bea y a mamá Merchi? ¿Y a mis amigos? ¿Y a mis compañeros de equipo?”. Era una auténtica tragedia, tendría que dejar de hacer mi actividad favorita, el fútbol.

Lo único que deseaba en ese momento era estar durmiendo, y que todo aquello no fuese más que una pesadilla. Pero no.

La voz de mamá Merchi sonó desde el piso de abajo: “¡Luna, a desayunar!”. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a explicar esto?

Bajé con inseguridad y me dirigí a la cocina. Mis madres estaban ya sentadas a la mesa. Me miraron y me dieron los buenos días.

-¿Qué tal has dormido, cariño?- dijo mamá Bea.

Yo era incapaz de articular palabra, solo podía mirarlas alternativamente buscando en ellas un atisbo de sorpresa. Pero no. Estaban tan tranquilas, como si yo hubiese sido una niña desde siempre.

-¿Te encuentras bien, Luna? Tienes mala cara. Tal vez sea buena idea que hoy no vayas a clase…- Merchi siempre tenía excelentes ideas.

Volví a mirarlas y sentí que un amor inmenso me rodeaba. Ellas eran maravillosas y nunca te juzgaban por tonterías. Eso es ser madre, y lo demás, tonterías.

Entonces me di cuenta. Me habían llamado Luna en lugar de… ¿cómo me llamaba? ¿Qué sucedía? Ahora sí que no entendía nada.

Empecé a llorar desconsoladamente y Merchi y Bea enseguida se acercaron y me abrazaron.

-Tranquila, cariño. No pasa nada. Estás a salvo aquí, con nosotras.

Mamá Bea comenzó a explicarme, una vez me hube tranquilizado, qué sucedía. Hace dos meses tuvimos un grave accidente de tráfico y yo sufrí un fuerte traumatismo en la cabeza que ha tenido efectos sorprendentes. Desde entonces, cada mañana, me despierto con recuerdos falsos de niño, como si la parte de mi cerebro en la que reside una parte de mi identidad estuviese afectada. Recuerdo a mi familia, pero no me recuerdo a mí. Los médicos no saben qué hacer para ayudar en mi recuperación. Esperan que el tiempo pueda solucionar este problema, que no sea definitivo. Dicen que debemos confiar en la plasticidad del cerebro. De momento lo único que se puede hacer es cruzar los dedos, y esperar.       

miércoles, 13 de abril de 2022

Seguir siendo poeta

Si tuviera que despedirme ahora

no sabría por dónde empezar.

 

¿Cómo decir algo que importe

cuando el poema se dibuja

nítidamente

como una sucesión de silencios

encabalgados?

 

¿Cómo seguir siendo poeta?

 

Los amaneceres repiten su soniquete

tras otra noche de lujurias clandestinas

que no sacia soledades,

y cada mochuelo se retira a su olivo

con el estómago lleno

pero enfermo de vacío.

 

Los sueños languidecen 

cuando pierdes la memoria

y ya nada te sabe dulce;

cuando el presente se desdibuja

y vivir es un recuerdo

amargo que aturde.

 

No podemos volver atrás

y ser otros,

porque somos los que fuimos

para siempre,

apenas un instante

insulso y vano.

 

Todos los castillos acaban por derrumbarse,

asediados por la vida,

y los caminos otrora transitados

ofrecen un silencio sepulcral

y sendas que se desdibujan

entre pasto del recuerdo

y malas hierbas.

 

Nadie vive a salvo,

por mucho que se esmere,

de probar las dulces mieles de la derrota

y el desamparo.

Y todos danzaremos con la muerte,

más tarde,

o ahora.

 

Dios ha muerto

y descarto volver a verte,

sé que tus manos no volverán

a guiar mis pasos

vagamundos,

y en mi pecho hueco

no resonará tu voz.

 

¿Qué decir

cuando decir adiós no existe?

sábado, 2 de abril de 2022

Estaciones de paso

[El lunes, 28 de marzo, falleció mi abuelo. Tenía 97 años y una vida larga y plena a sus espaldas. Verle apagarse ha sido una de las experiencias más tristes que he sufrido. Para mí fue como un padre. Eso significa que ya he enterrado dos. La soledad y el camino esperan.]


Hoy siento frío

y no quiero escribir,

aunque escribo.

Ante mí un tiempo agreste,

un teatro vacío,

un silencio indeleble;

a mis espaldas, lo vivido.

 

Los paisajes amados

ya no serán los mismos

que descubrí de tu mano

cuando era apenas niño,

un mundo de sangre y de barro,

de trabajo duro y de cariño,

aquel mundo tuyo

que ahora es mío.

 

Lato acompasado

al son de tu reloj,

heredero de tu nombre

y de tus labios, 

parcos y sabios,

heredero de tu amor.

 

Tú viniste, viste, lloraste,

sufriste, reíste y follaste,

cantaste, mentiste,

perdonaste, amaste

y venciste.

Así sí se puede morir.

 

El tren se dispone a partir,

por nadie espera,

conviene ser puntual

y no quedarse en tierra.

 

Gracias, me decías 

cuando te besaba;

gracias, te digo 

por haberlo permitido.