jueves, 12 de septiembre de 2013

La revolución



El primer obús cayó como un relámpago,
incendiando un aire inmune al sonido,
condensando todo el odio en un átomo
colosal y fratricida, semilla de olvido.
Los tibios huyeron como ratas,
anegando los desagües,
emponzoñando aguas y estanques,
enarbolando sábanas blancas.
Los fieles, de rodillas, imploraron,
cantaron himnos vacíos,
confesaron todos sus vicios,
ofrecieron sus cadenas y candados.
Los parias siempre alimentando el desamparo.
Los héroes, enterrados.

Los revolucionarios siempre vencen,
se apropian de la verdad y su doctrina,
violan, matan, sangran, ennegrecen
y se ungen salvadores de patrias asesinas.
Salen a cazar muertos cuando anochece,
con sus camisas a juego,
con sus dientes de leche,
inspirando terror y cagados de miedo.
Y los muertos conspiran,
planean su venganza de don mendo,
sueñan con reencuentros homicidas
predicando con su ejemplo.
Los poetas, hastiados, callan mientras tanto,
haciendo gala de su eterna cobardía.

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