Te escribo para compartir mi cobardía,
para expiar mi culpa y mi egoísmo,
aunque tú no existas,
y sin ti no sea yo el mismo.
Sentado junto a la ventana
he observado mundos que naufragan,
miradas que generan desconfianza,
animales que se aman a dentelladas,
un millón de almas que vagan desalmadas.
He visto amores que se desmoronan,
lágrimas de luto, siempre a deshora,
sueños kamikazes que a la postre se agostan,
se marchitan o se inmolan.
He oído los quejidos y crujidos de la historia,
salpicados de sangre y desmemoria,
prestando su voz a vidas cortas,
nimias, fugaces, letales, traidoras.
He olido el aroma de la nada,
de las ruinas del amor entre las sábanas,
de la sangre propia malgastada,
de la muerte, que siempre comparte mi cama.
Son muchos los motivos, hijo mío,
que provocan esta eterna huida,
que te impiden iniciar tu camino
y te abocan a ser idea, a ser poesía.
Si nos lo pensamos un poco, sería más sensato escribir versos que traer hijos al mundo...
ResponderEliminarBueno, dejaré que el optimismo me invada, que yo no me lo he pensado mucho ;)
Bicos.