[El lunes, 28 de marzo, falleció mi abuelo. Tenía 97 años y una vida larga y plena a sus espaldas. Verle apagarse ha sido una de las experiencias más tristes que he sufrido. Para mí fue como un padre. Eso significa que ya he enterrado dos. La soledad y el camino esperan.]
Hoy siento frío
y no quiero escribir,
aunque escribo.
Ante mí un tiempo agreste,
un teatro vacío,
un silencio indeleble;
a mis espaldas, lo vivido.
Los paisajes amados
ya no serán los mismos
que descubrí de tu mano
cuando era apenas niño,
un mundo de sangre y de barro,
de trabajo duro y de cariño,
aquel mundo tuyo
que ahora es mío.
Lato acompasado
al son de tu reloj,
heredero de tu nombre
y de tus labios,
parcos y sabios,
heredero de tu amor.
Tú viniste, viste, lloraste,
sufriste, reíste y follaste,
cantaste, mentiste,
perdonaste, amaste
y venciste.
Así sí se puede morir.
El tren se dispone a partir,
por nadie espera,
conviene ser puntual
y no quedarse en tierra.
Gracias, me decías
cuando te besaba;
gracias, te digo
por haberlo permitido.
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