Si tuviera que despedirme ahora
no sabría por dónde empezar.
¿Cómo decir algo que importe
cuando el poema se dibuja
nítidamente
como una sucesión de silencios
encabalgados?
¿Cómo seguir siendo poeta?
Los amaneceres repiten su soniquete
tras otra noche de lujurias clandestinas
que no sacia soledades,
y cada mochuelo se retira a su olivo
con el estómago lleno
pero enfermo de vacío.
Los sueños languidecen
cuando pierdes la memoria
y ya nada te sabe dulce;
cuando el presente se desdibuja
y vivir es un recuerdo
amargo que aturde.
No podemos volver atrás
y ser otros,
porque somos los que fuimos
para siempre,
apenas un instante
insulso y vano.
Todos los castillos acaban por derrumbarse,
asediados por la vida,
y los caminos otrora transitados
ofrecen un silencio sepulcral
y sendas que se desdibujan
entre pasto del recuerdo
y malas hierbas.
Nadie vive a salvo,
por mucho que se esmere,
de probar las dulces mieles de la derrota
y el desamparo.
Y todos danzaremos con la muerte,
más tarde,
o ahora.
Dios ha muerto
y descarto volver a verte,
sé que tus manos no volverán
a guiar mis pasos
vagamundos,
y en mi pecho hueco
no resonará tu voz.
¿Qué decir
cuando decir adiós no existe?
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