olvidas los números de teléfono,
las caricias tempestivas e intempestivas,
los sueños que crecen al albur del insomnio.
La vida cercenada en un instante,
sin aviso previo,
como un parpadeo eterno,
un fundido a negro.
No hay tiempo siquiera para el adiós,
cualquier palabra sería un insulto,
y tampoco el alarido se postula
como una solución a los problemas.
Solo quizá sonreír con ironía
y aceptar el vacío que se impone,
amar por un instante el precipicio
y dejarse llevar por la inercia.
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