Deambulaba entre las gentes
que pierden la memoria
sin un ápice de remordimiento,
y sonreía a diestros y siniestros,
alegrándose la vida.
Los unos lo tachaban de inconsciente,
de inmaduro o infantil,
incapaz de líneas rectas,
soñador empedernido,
un mal ejemplo que seguir.
Los otros lo acusaban de demente,
cuestionaban su derecho a existir
más acá de una etiqueta
que define, que encierra, que niega
la luz de su candil.
Algunos, condescendientes,
lo miraban de soslayo
y a media voz, displicentes,
murmuraban insultando:
…un poeta…
Era feliz siendo nadie,
un instante incandescente
cuyo rastro se pierde
tras una ráfaga de aire.
Hablaba con los ojos.
Soñaba con palabras.
Se jugaba la vida.
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