pero nuestros alaridos premonitorios brotaron
y ejercieron su derecho y su deber al aborto,
y abortaron la lágrima que derramaban las estatuas,
el verdín que ocultaba el ansía de creer,
la inanición de los sinsueños.
No amanecimos ayer
aunque el mundo entero guardara un silencio
—cruel y cómplice—
rayano al desamparo;
a pesar de la ignorancia.
No amanecimos ayer
para callar y para otorgar,
para seguir vendiendo el alma y la palabra
a un diablo que ofrece paraísos y parnasos,
apenas motivos para el odio y el hastío.
No amanecimos ayer
y sin embargo seguimos deambulando
absortos en nuestro ombligo,
dando tumbos,
extrañados y extraviados,
aterrados.
No, ayer amanecimos
y solo un leve rumor de pasos que se acercan
inundaba nuestra estancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario