Uno aún no es del todo con cinco años. Con diez es un
curioso empedernido. Con quince se rebela ante todo y ante nada, simplemente se
rebela. Con veinte es alocado, estrena —y a veces falla— la inmortalidad, se
enajena. Con veinticinco descubre las profundidades recónditas del ser humano,
y se sumerge. Con treinta uno es estúpido, absolutamente gilipollas. Aún es
peor con treinta y cinco, además de gilipollas, pesado, y un poquito gordo. A
los cuarenta te vas empezando a dar cuenta. A los cuarenta y cinco ya lo tienes
claro: esto es una broma pesada, un sinsentido, un empezar a ser nada y acabar
siendo nada. Y por joder te reciben, con suerte, los cincuenta. Puto medio
siglo.
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