domingo, 21 de febrero de 2016

Verdugos

No me vendes los ojos,
no me hurtes la mirada.
Esta vez quiero ser cómplice
y ver cómo me matas.
Yo también sé ser verdugo.

Para qué llorar,
si no somos más que arte
que niega lo que grita,
profetas silenciosos
de un mañana que cercena,
versos condenados al delirio.

Ambos sabemos que los dioses
han de callar.
Sonreirán desde su olimpo imposible.
Impasibles.

Nuestro es el decoro
y la dicha de la muerte.
El amor y su luna.
El último aliento,
que tejemos inconscientes
de que realmente nos envidian.

Nuestro es este instante que agoniza
ufano
y se repite
inclemente.

Las lágrimas que vertemos,
el amor y el dolor de cada día,
de cada pedacito de día.

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