El aire flota pervirtiendo el momento extático
de la definitiva rendición,
evohe, evohe,
y solo un jadeo extraño y lejano
interrumpe la soledad,
como un río que fluye y ensimisma,
partiéndote en dos.
No vinimos a quedarnos,
eso lo sé,
el tiempo no se atesora
y los domingos queman.
Las paredes son lienzos o patíbulos,
las palabras son heridas
siempre propias,
consentidas sin sentido.
La poesía una manera de callar.
La necia realidad se impone,
Leporello.
Las puertas cerradas ocultan sueños,
bailes a medianoche
y besos con sal,
y el pasillo se extiende,
largo y oscuro ante nosotros,
ávido y obcecado.
Y ya sin tiempo,
Leporello,
sólo nosotros podemos ser,
hasta que se cumpla el plazo,
hasta que la deuda se pague.
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