Me duelen los dedos
de no tocarte
y a menudo maldigo
el vacío rutinario
de este tiempo sintigo,
de esta vida hueca.
Los instantes quebrados
multiplican la insolencia
que callas
porque no quieres molestar.
Apenas acierto a balbucir
estas palabras
que circunvalan el meollo
del problema,
que se diluyen
sin llegar a ser poema.
Si alguna vez tuve talento
lo malgasté
y solo sus ecos reverberan
aún
cuando encuentro el valor
de nombrar lo inefable.
Vivo sin dios,
sin futuro
y con un pasado
terco
que pone su precio,
siempre demasiado alto.
Nunca llegaré a ser poeta.
Nunca dejaré de ser poeta.
Cuando te vayas
recuerda cerrar la puerta.
Fuese y no hubo nada.
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