Se resquebraja la página
en blanco
y emerge el verso
cabalgando
a horcajadas.
Estaba ya ahí,
esperando el momento
oportuno
para surgir
e imponerse.
¿Quién podría frenarlo?
Toda la poesía
claudica
ante la inmanencia
del verbo.
Dibújame tu nombre,
me grita,
y yo, solícito,
invoco un eco,
que reverbera
y reverbera.
No hay belleza en la mentira
y la verdad no existe
más allá de sí misma.
Verbaliza la soledad
si sabes,
si puedes,
y dale un fin digno
a este poema
y a tu existencia.
El dilema no es ser
o no ser,
el dilema es para qué.