que cansados de tanto suelo
decidieron emprender el vuelo
y no morir sin amar.
Ella, que no sabía ser princesa,
que no imploró que la salvasen,
que jamás tuvo paciencia
e hizo de la lucha un arte,
esta vez,
casi sin querer,
se dejó cautivar.
Él, acostumbrado a ser víctima y verdugo,
sin nada que ofrecerle
excepto una palabra triste y un rincón oscuro,
una caricia leve,
esta vez,
casi sin querer,
se atrevió a soñar.
No eran niños persiguiendo moralejas,
quien ha sido pirata
de sobra sabe naufragar,
eran dos amantes brillando como estrellas
que se fugan
e incendian el mar.
Se miraban a los ojos con fiereza
cogidos de la mano,
dispuestos a vivir
el cuento que acaba de empezar.
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