lunes, 6 de noviembre de 2017

El cenicero

Todos nos negamos al sentir
y obramos milagros cada día:
saboreamos las hieles del Olimpo,
bendecimos herejías consistentes
e invertimos en masacres y en hogueras
porque sí,
reconociendo que
todo placer es culpa
y que
somos culpables irredentos.

Nadie huella tierra virgen
y el lenguaje ha perdido su magia,
ni misterio ni ministerio,
solo el líquido fluir de un desvarío
demasiado corriente,
demasiado torrente
para dejarse percibir
y no morir de deseo
cada vez más cerca de un silencio
que se atreve a admitir
su propia intrascendencia:
el ser
y el vacío.

La botella yace inerte
junto al cenicero
que desborda versos,
cenizas y sueños.


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