a Pepa, el amor
de mi vida
Cierra las persianas,
me gritan tus ojos entreabiertos.
Y yo solo encuentro lágrimas.
Tus manos secas,
acostumbradas al desamparo del cicerone anónimo,
se muestras torpes y sin luz,
incapaces de sostener el aire.
Tu boca antaño lisonjera
que era manantial de verbo exótico y dulce,
de la más sutil prudencia,
se agosta y escupe a penas estertores.
Yo habré de aprender la vida inhóspita del hijo malcriado,
enfrentado a la ausencia.
Me estrellaré contra el muro del recuerdo
para fundirme en él,
sin algarabías.
Ve cerrando las
persianas,
susurras.
Ohhh vaya... puede morir el día, el verbo, la razón, tal vez no haya romería, pero que muera el alma me produce un extraño escalofrío.
ResponderEliminarUn abrazo grande Álvaro.
Solo es un dolor premonitorio… Yo creo que a poco que la tengas, el alma muere a diario y, con suerte, de vez en cuando resucita, como por arte de magia, en un abrazo.
EliminarBesos Raquel.
Cuánto dolor y emotividad!!
ResponderEliminarMe gustó mucho.
Un saludo
Muchas gracias Maribel. Los abismos suelen generar palabras interesantes.
EliminarUn saludo, a vuelta de correo.