Dicen que la literatura bebe cicuta y siente desamparo,
que solo es verdaderamente trascendente
cuando encumbra una derrota indecente
estampada, debidamente maquillada y con descaro.
Los profetas de la angustia se frotan las manos,
cargan las tintas y emponzoñan el alma
multiplicando hasta la insidia una manida metáfora
que conduce a un dolor en serie, enlutado y enlatado.
Como si las palabras sirvieran de algo.
Como si fuesen realmente nuestras.
Como si no sonaran a graznido.
Apenas importa al ser el significado.
La victoria es la música
que huye indemne de la partitura
y sobrevive para contarlo.
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