En el principio era el Verbo,
y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios. (Jn:1:1-3)
En el principio no fue el verbo,
fue el hombre y su hambre,
su capacidad de sueño
y de engendrar arte.
Solo después vino el chamán,
agitando los brazos con los ojos desbocados,
gritando odios, exigiendo obediencia, clasificando pecados,
a apropiarse del verbo y la sal.
Solo el nombre quedó al hombre,
que sin ser dios hizo un milagro
y nombró por todo el orbe
y aún hoy sigue nombrando.
Chamanes y sacerdotes, poetas y gramáticos
persiguen desde entonces la palabra,
la adoran y la ocultan unos,
otros la desprecian y la disfrazan.
Pero el nombre aún es del hombre,
y los dioses han muerto, o están muriendo.
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