La hierba no crece en estas calles
que multiplican el ensordecedor
quejido del asfalto.
No hay flores más allá del cementerio,
y son éstas marchitas sombras
de un recuerdo de un recuerdo.
El mar se antoja depresivo,
cansado de ir y venir sin rumbo,
escupiendo sin descanso su agonía.
Este cielo de todos los demonios
que ofrece su manto ya no azul,
lamenta su miopía aullando a las estrellas,
ausentes.
Sólo los gemidos extraños
de sus habitantes en llamas
recorren las avenidas de la ciudad interminable,
seguros de la certeza,
esquivando y esquivándose.
Urbanitas podridos con los ojos arrasados,
perdidos,
como un hombre que,
enfrentado al espejo en soledad,
no ve más que su propio reflejo.
que multiplican el ensordecedor
quejido del asfalto.
No hay flores más allá del cementerio,
y son éstas marchitas sombras
de un recuerdo de un recuerdo.
El mar se antoja depresivo,
cansado de ir y venir sin rumbo,
escupiendo sin descanso su agonía.
Este cielo de todos los demonios
que ofrece su manto ya no azul,
lamenta su miopía aullando a las estrellas,
ausentes.
Sólo los gemidos extraños
de sus habitantes en llamas
recorren las avenidas de la ciudad interminable,
seguros de la certeza,
esquivando y esquivándose.
Urbanitas podridos con los ojos arrasados,
perdidos,
como un hombre que,
enfrentado al espejo en soledad,
no ve más que su propio reflejo.
que sorpresa Álvaro...cuanto me gustan estos apeaderos, voy a dar una vuelta a ver si tienes bar y me siento tranqilamente a leerte, que es una delicia.
ResponderEliminarBar... con su cervecita fresca y su blues al alma, tranquila y soleada terraza.
ResponderEliminarAprecio y agradezco tu opinión.
(Sonrisa a vuelta de correo)