lunes, 27 de julio de 2009

Ecos de vida


El silencio es pétreo en los jardines del camposanto,
sólo los lamentos olvidados de unas flores marchitas
resuenan como el eco de un pretérito imperfecto
que nadie quiere recordar.

Un hombre tranquilo se aproxima a su lápida
consciente del absurdo de la eternidad,
sin llantos que nublen la vista,
sin legados ni epitafio, sin volver la vista atrás.

Supo de cielos azules, de amor inconfesable,
de ríos de sangre que no llevaban al mar,
de la madera de los sueños que arden
al abrigo de todo tiempo en tempestad.

Descubrió al andar la quietud del movimiento,
la permanencia del fluir incesante,
la mentira de la verdad de los necios,
el vacío más allá del instante.

Por sentirse vivo pronunció palabras,
dijo amor entre mil brazos, tequieros de hastío,
perdón o amén a dioses de barro cocido,
libertad o muer…

Y al cabo comprendió que todo verbo
conjugado al amparo de una estrella
refleja su luz como un espejo
despojado de toda trascendencia.

Sentado ante una lápida sin nombre,
inmaculada en su desnudez,
un hombre tranquilo sonríe,
enfrentado a su modo de ser.

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