Secos laureles imperan
mientras los surcos de la tierra
se anegan de sangre,
de sudor,
de lágrimas.
Todos miran impertérritos,
ajenos,
como si el mundo -la vida-
no fuese con ellos
y aplauden,
pidiendo un bis.
Muerte a la muerte,
gritan mientras se sumergen
en una vorágine suicida
de verdades a medias,
de medias mentiras
que adormecen el deseo
inventando deseos.
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