martes, 7 de abril de 2020

El Secreto

Vinimos a adueñarnos del mundo.
Vinimos, vimos y vencimos.
Dijimos tierra,
dijimos agua
y dijimos fuego.
Hablamos de ira y amor,
de alegría, de dolor,
de desidia y de deseo.
Y dijimos que era nuestro,
todo es nuestro.

Aprendimos a inventarnos la esperanza,
a quebrar el quebranto
con los ojos cerrados,
y nos pusimos en manos de dioses mancos.

Ya suenan las trompetas de Jericó
al ritmo de los tambores de guerra.

Ahora la cultura es un susurro,
apenas audible,
que calla su más íntima verdad.

Vino el silencio a recordarnos el vacío
y el amor impostado.
Nunca creímos nuestra suerte
y conjuramos entonces anhelos inertes,
queríamos volver a ninguna parte,
a nuestro mundo breve.

Deambulamos envueltos por una niebla espesa
que nos niega el horizonte
y apenas conseguimos balbucir
y tentar para no perder un norte
que se diluye,
que reverbera.

Las calles permanecen ajenas
y los semáforos aún escupen su verbena,
pero nadie aplaude,
las ventanas esconden su miseria
y nuestro monstruo cobarde,
y ya nadie aplaude.

Mientras tanto, ensimismados,
los cronistas del apocalipsis
se apresuran a escribir su novela
-o su poema-,
soñando dulces y verdes laureles
en un por venir que nunca llega.

No sabemos quiénes fuimos,
ni quiénes vamos a ser,
pero ya no sonreímos recordando.
Ahora somos agua,
y aire,
apenas nada.

No hay más secreto que la nada:
todo es uno,
uno es nada,
todo es nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario