Se invierten los papeles
y despertamos a un mundo inhóspito
que solo ofrece dolor,
que no sabe de esperanza
y, sin embargo, te hace esperar.
El cansancio derrota a las lágrimas
que se secan entre surcos
arados por una pena
recurrente y rutinaria
en las noches de insomnio.
Y la resaca sin fiestas,
golpeados de repente por la vida
que escupe su verdad
sin medias tintas,
sin metáforas y sin delicadeza.
Y ahí nos descubrimos,
aturdidos y sobrepasados,
asidos a la nada
porque sí,
desvalidos.
Y cada vez más solos.
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