Celebramos la ausencia nuevamente
y aplaudimos el infortunio con denodado entusiasmo,
ávidos de catarsis,
y aterrorizados.
Observamos un mundo que apenas existe,
emitimos un juicio vagabundo
y, satisfechos, apenas nos atrevemos a existir.
Amamos, en el silencio escrutador de los rincones,
las quimeras extranjeras que no queremos vivir,
pero sí paladear,
exprimir,
sublimar.
Cercenados por un Yo que se impone tiránico
salimos al asfalto disfrazados
y desnudos,
como reyes del desencanto.
Multiplicados, sin sabernos divididos,
caminamos ufanos impostando la voz,
la gracia y la desgracia,
buscando un destino adolescente
o infantil.
Queremos hacernos oír,
pero apenas balbucimos.
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