A veces la muerte es un guiño repentino,
una luz súbitamente apagada,
un tren que descarrila, sin previo aviso,
que toma una curva y nada.
Todos somos un poco suicidas y un poco poetas,
tejemos insaciables urdimbres de sueños,
pintamos obras maestras en telas ajenas,
disfrazamos segundos fugaces de instantes eternos.
Y sin embargo te quiero.
Las palabras se tiñen de ocre,
se visten de luto,
acuden intempestivas al festín de piedra
y se atragantan, temblorosas,
cercenadas por las lágrimas.
No hay billete de vuelta en este viaje
y el tren ni se detiene ni aminora.
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