Soy asiduo a perderme por ciudades
de las que apenas nada conozco
de la mano de gentes sin alma,
palabras que nunca se enfrentan a un espejo.
Desde todas las esquinas observo
las vidas comestibles de los otros,
y pasan ellos de largo,
como si yo no existiera.
Soy adicto a las ventanas que ofrecen
cuadros de costumbres,
almas desnudas y perdidas
en una apuesta con la vida.
Para ser feliz me bastan
un tigre persiguiendo otro tigre
que persigue el amor
y una calle de París.
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