Cayó un ilustre.
Otro ilustre más.
Llora aquel que le lustraba los zapatos.
Lloran todos su pérdida.
Y yo, perplejo, los observo,
con la mirada atónita
del que no sabe comprender
el llanto ajeno a las entrañas,
la lágrima mercenaria
de los buscadores de inercia.
El ilustre murió.
A él ya no le importan
ni hormigas ni laureles,
en su último suspiro,
expiró.
Otro ilustre más.
Llora aquel que le lustraba los zapatos.
Lloran todos su pérdida.
Y yo, perplejo, los observo,
con la mirada atónita
del que no sabe comprender
el llanto ajeno a las entrañas,
la lágrima mercenaria
de los buscadores de inercia.
El ilustre murió.
A él ya no le importan
ni hormigas ni laureles,
en su último suspiro,
expiró.
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