El hombre que nunca estuvo ahí
yace, como un niño, acurrucado,
ensayando sonrisas de cristal
ante un mundo tenue y desaliñado,
quimérico en sus dudas,
obsceno en sus silencios de barro.
El hombre ausente se atreve
a predicar
y predica.
Todos los oídos callan y otorgan.
El hombre ausente crece
y se eterniza.
El hombre que atesora silencios
que retoñan
en el más allá más inesperado,
florecen
y dan fruto
solo sabe cantar
mal acordado.
El hombre que quiso ser hombre
y no supo cómo
más acá de ser humano
se mira en un espejo
y ve palabras huecas
que se contradicen.
No entiende nada.
El hombre ya no mira sus manos
buscando una caricia incipiente.
El hombre ha fracasado.
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