se dispersan,
sin concierto,
y pululan,
extranjeros de su
propia desmemoria.
Amenaza lluvia,
o quizá sequía.
Importa ya poco,
o importa nada.
Afuera, la vida:
los estertores de un verano
que se sabe moribundo
pero se aferra,
incandescente,
a tu entraña,
suplicando otro instante de ingravidez.
Y se agosta.
La hojarasca cruje al paso
como campanas repicando a muerte,
y el mar susurra letanías
que regala a una playa sin gritos infantiles,
yerta.
Cuando se cierren las puertas
y llegue el otoño
estaremos en casa,
pero ya nunca seremos los que fuimos,
aquellos muñecos de trapo.
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