El silencio ruega por nosotros,
pecadores,
irredentos,
obstinados,
e inventa otra excusa para el amor.
Somos polvo y somos agua que fluye,
palabras impostadas,
segundos a destajo,
estrellas fugaces que apenas refulgen.
No hay más esperanza
que mirarnos a los ojos,
frente a frente,
y no morirnos de vergüenza.
Paseamos junto al mar,
nos entregamos al placer
cuando el placer nos regala su sonrisa,
y lloramos en la pena.
También escribimos versos
para sabernos vivos,
para vivirnos.
Y no,
no vamos a huir.
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