La última sombra envilece el paisaje
y los relojes de arena se apagan.
El silencio impera sepulcral
a pesar de los nudos, marineros,
que atenazan el estómago
y ahogan la garganta.
El alma se derrama a borbotones.
Ya sabemos besar el suelo
y comer tierra;
conocemos la inercia y sus absurdos,
y el abismo,
y el tropiezo.
Y la sangre que nos empapa.
Ser esclavo de uno mismo es la condena,
nuestra condición necesaria.
No seremos los que somos,
los que fuimos.
Cierro los ojos y tiemblo.
El terror nace de dentro e invade,
sin resistencia.
Cada uno vive su infierno,
cava su tumba
y muere.
¿Quién eres? ¿Quién soy?
Y no hay respuesta que nos sirva.
No me obligues a matarme.
No quiero morir por amor.
Somos nuestra peor pesadilla. Pero debe haber una puerta hacia un estado mejor, y me parece que es el alma. Amar, amarnos, aceptar, donar, no juzgar y vivir para lo importante, no para lo desechable.
ResponderEliminarTus versos son de una gran profundidad, mi admiración!
Un abrazo.
Muchísimas gracias Paty! Un abrazo!!!
EliminarCuando te leo no sé por qué, pero siento que debo manipularte...su sigue así, yo trararé de controlarme. Un beso Álvaro.
ResponderEliminarJajajaja, gracias Ana! Cuánto tiempo! Espero que la vida te sonría! Un gran abrazo!
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