Me enfrento a tus silencios como a una página en blanco,
muerto de miedo y excitado,
equilibrando el alma y el sentido,
como el funambulista inexperto en busca de un aplauso salvador,
sin red que amortigüe mi caída.
Me bato con tu ausencia a pecho descubierto, con las manos desnudas
y apenas un hilo de esperanza,
dibujando angustia en cada verso,
dejándola fluir e inundar este apartamento, que no es mi hogar sin tu presencia,
sino una frontera entre la vida y la soledad.
Resbalo sobre los charcos traidores que anegan las callejas de mi alma oscurecida
enfrentado a un tintero seco
de palabras, que no se dejan cortejar,
que huyen inmóviles a medida que el eco de tus pasos se diluye con el tiempo,
y desde el suelo te imagino.
Tu imagen entonces me penetra,
se adueña tiránica de todas las ansias y todos los deseos, siempre inconfesables,
me conforma a voluntad
prometiendo el paraíso,
plantando la semilla para el verbo y para el verso, a golpe de lengua enajenada.
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