viernes, 23 de octubre de 2015

El encuentro

El camino no siempre es fácil, a menudo encontramos obstáculos que nos hacen dudar, que nos impiden avanzar, y, por un momento, permanecemos inmóviles, atenazados por las dudas, a ralentí.
Aquel día nada parecía presagiar el funesto final. La mañana había despertado luminosa y cálida, el sol invitaba a una fiesta continua. Peter estaba de buen humor, lo sé porque siempre tararea la misma canción cuando esto sucede: la versión más bonita y sentida de My Way, en la voz enlatada de Nina Simone.
Acudimos al centro y, excepcionalmente, tuvimos sesión de chapa y pintura. Él acudió a su barbero preferido en Manhattan, se hizo lustrar los zapatos en Broadway, recogió su traje más elegante en la tintorería Imperatore y compró unos excelentes bombones de chocolate belga en Leonidas-L’amour fou. Tras mi sesión de aceite y masaje se unió a mí, pasamos por la estación de servicio antes de recoger un poco ortodoxo ramo de lirios y amapolas, y volvimos a casa. Durante todo ese tiempo My Way sonaba de manera perenne. Yo estaba entusiasmado, cuando Peter estaba así de radiante yo sabía que algo bueno iba a suceder.
Peter subió al apartamento y yo le esperé junto al portal, tomando el sol y escuchando el dulce trinar de los pájaros, rezando porque a ninguno se le ocurriera estrenar mi mal humor con su puntería escatológica. Cuando Peter regresó, un par de horas después, iba impecablemente vestido. El traje le hacía parecer Paul Newman, ¡qué hombre! ¡Y su sonrisa… el universo entero brillaba reflejado en sus dientes inmaculados!
Corrimos por las calles de la ciudad y Nina Simone atronaba a los viandantes, que sonreían al intuir la felicidad que íbamos regalando a nuestro paso. Peter conducía ágilmente, avanzando en zigzag entre los tristes automóviles que circulaban sin sentido. La carretera era nuestra.
Cuando llegamos a la 5ª con Park Av. nos detuvimos en doble fila. Peter estaba exultante. Descendió y se ausentó un instante. Se acercó a un portal próximo y escuché vagamente como una voz de mujer decía:
—… ya bajo…

Había algo extraño en aquella voz, un deje melancólico que anunciaba un desenlace trágico e inesperado. Peter volvió a entrar y encendió un cigarrillo. A mí no me gusta el humo, deja un hedor insoportable en mi tapicería. Justo en el momento en que llegaba la apoteosis al piano de Nina, sentí un golpe seco y mortal. Me encogí por el dolor retorciéndome hasta quedar hecho un amasijo de hierros. La mujer finalmente había bajado y, por fin, ambos estaban juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario