viernes, 30 de junio de 2017

Quédate

La veo marcharse,
y sonrío
a pesar del desaliento
que precede a la melancolía
obstinada en el regreso.

Agradezco que sea ella
la plebeya que enamora en este cuento
y que el príncipe esté ausente por decreto
y que el final no sea feliz
porque siempre es un principio
hasta el postrero borrón sin cuenta nueva.

Ya nadie come perdices.

Sin embargo,
cuando monta en su unicornio
y se le quiebra la tristeza
el mundo cobra sentido
aunque la boca sepa a tierra,
a sangre, al polvo del camino
que a cada paso reinventa,
que es carácter,
que es destino.

Sin embargo,
en su mundo sí que hay brillo.

No sabré decirle adiós,
ni quédate,
nunca aprendí a mendigar los alivios,
a bendecir la mesa puesta,
a renegar del suicidio.

Paradojas de poeta
que nunca encuentra la palabra
ni por casualidad.

El camino de baldosas amarillas
se detiene aquí
y se impone volar,
gritan sus ojos,
ávidos de mar.

Y yo,
solo acierto a sonreír,
irónico y esquivo.

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