Construyes altos muros para ocultar tu
vergüenza,
para que no vean tus lágrimas rodar,
para sentirte diferente y único en un
absurdo hogar
sin salida.
Pasas tus días observando tu ombligo,
esperando una esperanza que quiera
brotar,
ebrio de recuerdos que han sido y no han
sido,
como un ángel custodio.
Tus ojos se acostumbran a la oscuridad
y nunca duermen,
siempre vigilan,
siempre sospechan.
¿Es que no has aprendido nada?
El mundo es una esfera.
Todos los muros terminaron sucumbiendo:
lo dicen Babel y Boabdil,
lo dicen Roma, Persia y Madrid,
Gorbachov, Jesucristo, Mahoma,
Stephen Hawking y Dalí.
Los alambres de espino se oxidan y
mueren,
los himnos se olvidan,
se olvidan los nombres de los héroes
anónimos
y se cifran nuevos mitos
que reverberan un instante y se esfuman,
a golpe de hombre y de hambre.
Tú también morirás, encerrado en tu
trinchera,
con el uniforme raído por la pena,
y umbrío casi bruno.
Apenas quedará tras de ti tu propio
silencio,
en bocas ajenas.
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