[Este texto nace de un ejercicio planteado a mis alumnos de 4ºESO, en el que tenían que desarrollar un texto argumentativo que incluyese argumentos racionales, afectivos y de autoridad, además de un fragmento fundamentalmente descriptivo y otro fundamentalmente narrativo. A modo de ejemplo les preparé el texto que sigue. Espero sea de agrado.]
Existe
en la tradición castellana un refrán que dice: “Contigo, pan y cebolla”. Es un
bonito refrán que el CVC
interpreta diciendo que cuando se quiere a alguien de verdad, se está dispuesto
a vivir con él no sólo en época de felicidad sino también cuando sobreviene la
desgracia. Todos sabemos que esto sería lo ideal, pero que está lejos de ser
cierto, y vivimos en el mundo real. Y del mundo real os vengo a hablar.
La
escuela está bien. No tienes que pensar demasiado. Tampoco se te plantean
muchas dudas. Tus padres te colocan ahí cuando no sabes ni que eres, y poco a
poco te van diciendo qué tienes que hacer. Con suerte, al inicio, de una manera
sutil; a medida que va pasando el tiempo la cosa se complica, la sutileza se
abandona y los exámenes se multiplican. ¿Por qué? ¿Para qué?
Las
respuestas que obtienes son variadas, pero manidas. Que si el futuro; que si el
conocimiento; que si la sociedad… Y a ti todo te suena a chino (dicho sin
tintes xenófobos).
Estáis
a punto de salir de la escuela. Ahora sí que viene el coco. Toca empezar a
elegir. A tomar decisiones.
Decidir
es vivir. Tendréis que apostar por un proyecto, ir construyendo una vida, y en
ese proceso os enfrentaréis a innumerables elecciones evidentes y a otras
muchas mucho menos evidentes.
Pronto
dejaréis de escucharme, pero dejad que una vez más insista en la importancia de
formarse para llegar a ser aquello que podemos ser, que queremos ser.
Sé
que si cerráis los ojos me podéis imaginar casi sin esfuerzo: agachado, apoyado
en mi fiel taburete, zapatillas de deporte, vaqueros gastados, una camiseta
demasiado colorida y juvenil para que la lleve dignamente un tipo de 40 años,
pelo corto y cada día menos abundante, barba descuidada de cuatro días y una
cara capaz de todo, de ternura cuando toca, de truenos de tormenta que se
desboca o de pánico nuclear.
Pues
no. No cerréis los ojos. Abrid los ojos. Olvidad que os hablo yo. Escuchad.
Decía
Severo Catalina, un periodista y escritor del siglo XIX, que “la mayor parte de
la gente confunde la educación con instrucción”. Estoy de acuerdo, incluso
sucede en muchos centros educativos que acaban siendo lugares de entrenamiento
en los que se vomitan estructuras preestablecidas. No creo que eso pueda
llamarse verdadera educación. “Eso” es otra cosa. Una persona educada, voy a
acudir ahora a otro escritor del mismo siglo, esta vez británico, Herbert
Spencer, es aquella apta para gobernarse a sí misma. Es decir, para tomar
decisiones libres.
Para
decidir libremente es (permitidme la licencia) impepinable saber, en primer
lugar, que hay diversas opciones. Sucede que muchas veces no elegimos porque no
sabemos que podemos elegir, porque no conocemos otras opciones.
Os
voy a poner, ya que del mundo real se trata, un ejemplo fácilmente comprobable.
Todos conocéis la utilidad de un invento que ha revolucionado nuestra manera de
movernos: el GPS. El aparato (o aplicación, según) viene con unos valores
predeterminados, generalmente ruta más rápida con peajes. Esto ha supuesto que
todo el mundo que dispone de GPS y lo usa (gran parte de la población) siga las
indicaciones y escoja el camino marcado. Buen negocio para las autopistas, pero
una ruina para miles de negocios de carretera que subsistían gracias a
camioneros y viajeros de todo tipo. Todo pro tiene su contra. Aceptamos que
decidan por nosotros, pero si no tenemos la suficiente formación no nos
percatamos de lo que perdemos. Perdemos el chuletón del restaurante Manuel,
perdemos la visita a la iglesia románica de Valdepueblo de Cadauno, y conocer
algo de nosotros mismos que se anula en la voracidad de las pantallas que nos
uniforman.
Alguno
me podría decir, acertadamente, que los parámetros del GPS se pueden modificar.
¿Qué tenemos que hacer? Saber cómo modificarlo y, ya sabéis, eso se llama
conocimiento, eso se llama formación.
Por
otro lado, tomar una decisión libre implica haber meditado en las consecuencias
de tal decisión, y responsabilizarse de ellas. Si no se dan las condiciones la
decisión no ha sido libre, sino un dejarse llevar por los instintos. Uno no
puede responsabilizarse de lo que no ve (pensad en cómo se defienden muchos
acusados de corrupción, alegando desconocimiento), ¿de verdad queremos valorar
la ignorancia como una virtud? A nadie le gusta que le llamen ignorante. No lo
seáis. Formaos. Cuanto más sepáis del mundo y de vosotros mejor será el proceso
de decidir qué sí y qué no, quién sí y quién no, y eso marcará la diferencia.
Casualmente
esta tarde de jueves, antes de sentarme a escribir el final de esta
argumentación, he topado con una publicación en RRSS que reproduzco: “Crecer
duele. Implica tomar decisiones difíciles. Dejar personas que quieres, [sic]
pero que no suman en tu vida. Cambiar de hábitos. Renunciar a expectativas que
pensabas [que] te harían feliz… Crecer duele, pero es necesario”
. En un
comentario, un usuario respondía preguntando el porqué del dolor,
cuestionándose si no sería apropiado hablar de alegría, alegría por decidir,
por dejar marchar aquello que no nos beneficia, etc. Discusión interesante. Al
final, como casi todo, probablemente sea una cuestión de actitud, aunque
también de aptitud. El caso es que me sirve para enlazar con el tema. ¿La
formación nos ayuda a gestionar mejor nuestras emociones, aquello que somos?
Creo que la respuesta es tan evidente que no es necesario decirlo, aún así,
hagámoslo, digamos un rotundo SÍ.
Todos
hemos sido niños. Necesitábamos saber. Saber por qué el cielo es azul, por qué
no mezclamos nocilla y sardinillas en el bocata, por qué aquel niño está
llorando, por qué se murió el abuelo, y adónde fue, y cuándo vuelve. La
infancia quiere saber. Quiere formación para poder crecer y decidir. No perdáis
el resto de niño o niña que aún sois, buscad respuestas y encontraréis nuevas
preguntas que os permitirán continuar en movimiento, seguid en formación
.
Tras
lo dicho estoy seguro de que habréis ya comprendido que cuando hablo de
formación no hablo de títulos, ni de másteres o escuelas superiores, hablo de
vosotros y de cómo encararéis la vida, dispuestos al movimiento o estáticos, si
me permitís la licencia poética, extáticos o estáticos. Toda mi labor docente
está volcada hacia la reflexión, el discurso y la poesía, a incitaros a entrar
en un mundo maravilloso de referencias cruzadas, de motivos para seguir adelante, planteándoos
nuevas preguntas, construyendo, palabra a palabra, aquello que sois, aquello
que podéis ser. Formaos. Moveos.