miércoles, 31 de enero de 2018

Amores suicidas

Y tú, ¿dónde estabas cuando todavía creía en el amor?

Entonces todo era posible, nuevo, impetuoso. Los amaneceres engendraban sueños que presagiaban, que conjuraban, que no dormían. Las primaveras multiplicaban las flores, no la astenia. Y todas las palabras eran bellas, un embrión de metáfora. La vida latía con cada latido, haciéndose a cada instante, con sentido y sin sentido.

ahora apenas sueño.

Entonces devorábamos historias, nos travestíamos de héroes y sojuzgábamos al destino. Nuestro cuento siempre acaba bien. Éramos seres indómitos, seguros, aparentemente descreídos. Y todas las palabras eran nuestras, un soplo de aire fresco. La vida era absurda y brindábamos por ello.

La luna solo brillaba para el amor, un amor adolescente que siempre sabe sufrir aunque apenas se atreva a amar, un amor que sabe a sal y a sangre de herida abierta. Y las estrellas asistían, aquiescentes, testigos de una tragedia que no acaba ni comienza.

ahora apenas creo.

Aprendimos a leer. Que los cuentos son solo cuentos. A soñar con los ojos abiertos. A volar con los pies en el suelo. A entender la inmensidad del cielo. A escribir, obstinado y terco.

Y a escapar de los amores suicidas.

Ya nada huele a nuevo, pero poco a poco las palabras significan, se hacen hueso, músculo, cuerpo y fructifican. De pronto la luna brilla nueva y alumbra un océano de certezas que susurran: eres viento, eres tierra y eres silencio.

Y el amor brota del mismo centro e impone su oficio. Y vamos comprendiendo su esencia con cada verso tuerto que ensayamos frente a un espejo que siempre nos deforma, que bendice nuestro orgullo y nos invita al exilio.

Por fin entendimos.
No era ganar.

Era vivir.

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