[Texto armado/amado
a dos manos con absoluta libertad, incansable regocijo y algo más que cariño
sincero. Es un placer escribir cuando las palabras significan más que las
palabras. Es un placer vivir cuando el aire huele a libertad. Es un placer
soñar cuando no importa despertar. Disfrutémoslo.]
Las olas vienen y van, rompen todo a su antojo. Y no puedes prever
lo que va a pasar.
La marea deja revuelto el fondo, tú no puedes respirar. Y la sensación
de ahogo no te asusta, eso es lo que más miedo te da.
Te dejas llevar. Te dejas hacer. Nada puede ir ya a
peor. De repente, una flor. La primavera. Nadie sabe cuando llega. No hay
profecía que anuncie la primavera. Ni Guardia de la Mañana. Pero sucede.
También a ti. Y, aunque sea un sueño, no es un sueño. Aunque sea mentira es Aletheia. La verdad más pura en vena.
Una sobredosis de vida. Da vértigo, pero quieres otro chute.
Sin embargo, sabes que no es gratis.
No será fácil volver a disfrutar del sol, del olor de las flores, del frío
aliento del mar en tu cuerpo.
Tendrás que arriesgar la piel,
tendrás que asomarte al abismo y resistirte a saltar, cuando de lo único que
tienes ganas es de volar.
Tendrás que abrir de nuevo tu pecho y
dejar que entre la luz, cuando tu corazón se había acostumbrado ya a la oscuridad.
Es tan sencillo dejarse llevar, no
pensar, cerrar los ojos y dejar de respirar…
Te miras al espejo y descubres que habías olvidado
dudar. Sonríes. El espejo está de buen humor últimamente. Dudas. Sonríes.
Mecánicamente. La vida ya no huele tan mal, al fin y al cabo. Buen provecho, te
dices. Y sonríes.
La inercia se ha ido. El deseo conquista el campo
de batalla. La guerra nunca termina. Es momento de alzar nuestras copas y
brindar sin mesura bajo el sol y la luna. Sonríes. Dudas. Vives.
Vives las dudas como si fueran
verdad.
Y te dicen que sonrías, que todo
pasa, que todo llega. Y les tienes que creer, porque la alternativa no es
mejor. ¿O sí?
Y de pronto una mañana la duda ya no
existe, la sonrisa no es forzada, las lágrimas hace días que no asoman.
Y esa mañana lo tienes todo claro.
Sabes lo que has de hacer, sabes cuándo y a dónde has de ir. Sabes cómo tiene
que ser el final.
¿Te vas a atrever? ¿Por fin vas a
acabar con todo? ¿O, como siempre, en el último instante, vas a negarte la
oportunidad?
De cualquier manera hay que comer. A regañadientes
te vistes el uniforme de vivir y abandonas por un instante que sabe a eternidad
el sueño inesperado que acabas de descubrir. Dejas el filo del abismo pensando
que seguirá ahí cuando puedas volver, que ojalá siga, que tiene que seguir. Y
dejas que el ritual se repita. Y comienzas a amar su liturgia. Después de todo,
vivir es vivir.
Y cuando por fin te decides, vivir
cobra un nuevo significado. Ya no es sólo respirar, comer y dormir.
De repente vivir también es soñar,
oler, reír, jugar y bailar.
Los latidos de tu corazón ya no
suenan mecánicos, suben y bajan, golpean en tu pecho de forma inesperada y
descontrolada.
Tus ojos descubren una nueva
realidad, más brillante, más colorida, más fácil de tragar.
Tu piel ya no se encoge con el frío
del viento, lo disfruta. Descubres también el calor del sol. La piel de gallina
surge a cada poco y ya no es tu enemiga.
Y de repente, vivir ya no cuesta, ya
no pesa. Descubres lo que puede ser la felicidad.
Antes, una palabra tan hueca como tu pecho. Ahora,
tan llena como tu pecho. Ironías del destino, ironías del carácter. Después de
todo, ¿qué importa el mundo cuando de veras el mundo importa?
Sientes la vida recorrerte e inundarte. La piel
vuelve a estar ahí, dispuesta; el estómago ávido y nervioso; las manos,
interrogantes. Los ojos más abiertos que nunca incluso cuando los cierras en
cada beso que hurtas a la cordura. ¡Viva esta locura! ¡Viva la vida!
No lamentas. No lloras (salvo en el cine). No
preguntas. Ya no buscas soluciones ni conspiras en silencio contra Fortuna,
neciamente. Das un paso. Respiras. Das otro paso. Sonríes. Uno más. Y sí. Quizá
tropiezas. Quizá caes. Quizá. Pero sonríes. Al fin sabes. Te levantas, y vuelta
a empezar.
y Álvaro Montoya Rodríguez