miércoles, 22 de marzo de 2017

Venus de Milo

Estoy preparado.
Mis asuntos yacen en regla
y tengo la conciencia tranquila,
casi siempre.
Esta noche he de morir.
Inútil ensayar una lágrima,
entonar un salmo
o una letanía.
La muerte simplemente sucede.
Uno cierra los ojos y ya.
Pobre del que aún pueda llorar.

Las palabras carecen de sentido
y el sentido se diluye en un sueño
que bien podría ser eterno,
si la resurrección nos esquiva,
al alba.

La poesía inventa caminos
que los viajeros recorrerán
creyendo descubrir el alfa
y el omega, el frío y el calor.
El paisaje es siempre el mismo,
el turista no.

Esta voz,
que muere cuando nace,
es un monumento al olvido,
un recuerdo del silencio
que permanece, impertérrito,
cuando las campanas dejan de repicar
y los cadáveres de bien
se esconden en sus nichos.

Por favor, si no despierto,
ni un paternóster
ni la Venus de Milo.


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