sábado, 30 de diciembre de 2017

NOCHEVIEJA 2017

Bienvenidos, bienhallados, bienamados.
El ritual impone su monserga.
La tradición impera
y la memoria brilla incandescente.
Porque algunos ya no están
y los que estamos aún estamos,
hacemos acopio de anhelos,
conjuramos los dolores viejos
que parirán, lo sabemos,
dolores más tiernos y nuevos,
y brindamos,
pese a todo.

No juzguemos el despecho,
la inercia, el absurdo, la verbena
que se va
para no volver.
Somos nosotros.

Ni borrón ni cuenta nueva,
sin embargo
brindamos.
Brindemos.

Por el sol y por la luna,
por los parques y portales,
por el arte,
por la música
que sí amansa a las fieras,
por la sangre y por las venas,
por la alegría y por la pena,
por el enésimo fracaso
y por vivir para contarlo,
brindemos.

Al cabo es otra muesca
en un árbol fútil
que acabará por marchitarse.
Brindemos.

Por este tiempo de barro
que nos ha tocado odiar,
que nos ha enseñado a amar,
por cada sueño roto
ensayando el vuelo,
por cada domingo que descubrimos
que aún no estamos muertos,
por los amantes, por los amigos,
por el desierto.

Alcemos nuestras copas,
llenas de tiempo detenido,
de miedo a repetir la misma historia,
de carácter que siembra destino,
mantengamos las miradas
y saltemos al abismo.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Gerónimo

Me acerco a tu cuerpo sigiloso,
como una fiera
que saborea ya
los cálidos jugos de su presa,
embargada por el dulce aroma
del instante fugaz
que se derrama por mi boca.
Estás ahí.
Mi lengua te intuye,
mi boca te invoca,
mis manos te urden.
Felina, desarmada, me recibes
y todas las palabras,
parapetos inservibles,
se me antojan superfluas.
De todos modos, vivimos para morir.
Gerónimo.
Si ganar es perder, perdamos.
Perdamos a tumba abierta,
perdamos a cara descubierta.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Whiskey & chocolate

Nada ocurre cuando todo ocurre.
El viento calla,
la lluvia se destierra
y apenas importa.
Mi mano reposa en tu seno
y el mundo entero se estremece.
Abro al fin los ojos
y no veo más verdad que tu silencio
y sus gemidos.
Me pierdo y me recobro.
Respiro.
Presiento.
Invoco.
El tiempo se hace y se deshace
al ritmo de caricias
de whiskey y chocolate,
y multiplica los orgasmos.
Los cuerpos se diluyen
y se hacen mármol
que eterniza el amor.
Un amor improbable y vivo.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Invocaciones

Abajo está la calle,
ese mundo en el que somos extranjeros
pero disimulamos,
y nos escondemos.

Yo no sé salir.
Yo no sé volar.
Yo no sé bailar.
Canciones infantiles con su ritmo de fuego,
con su fuego que arde,
con sus miedos de hielo,
atenúan un silencio suave y austero.

La luna no aparece.
Los amantes se oscurecen.

No hay besos clandestinos
y las callejas permanecen desnudas,
arrasadas,
extravagante y elocuentemente puras,
vacías de sentido.

Porque no acudes cuando te llamo
aún te invoco
y te acecho en cada vida
que atesoro,
que me invento y me suicida.

Las palabras son embriones.
Las palabras son ataúdes.
No hay destino sin carácter
ni carácter sin destino,
no hay poeta sin herida,
y la sangre nunca es vino.

No socorres mis desvelos,
no bendices la tristeza,
no disfrazas un orgasmo.
No tienes piedad.

El amor es sordo,
y es ciego,
pero no sabe callar.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Verdades que duelen

No escribo.
Las palabras me acechan,
sin atreverse a atacar.
Yo rumio en silencio,
pasto sinsustancias
y me dejo acechar.

Todos los instantes se sumergen
en un océano de banalidades
y el eco calla.
Nadie se muerde las uñas.
Nadie tirita.

Los anaqueles enmudecen
mientras el mundo los mira
y los ignora.
El futuro recordará
que un día fue pasado
y no aprendió,
de memoria.

No respiro,
sobrevivo hurtando el aire,
la voz y la esperanza
a un vacío de sentido
que subyuga,
que atenaza.

Los leones rugen al anochecer
e invocan la ley de la selva
mientras huelen sangre fresca
sintiendo la propia arder.

Los leones son leones,
las gacelas son gacelas,
dibujan los poetas
enarbolando galones.

No hablo.
Callo,
pero no otorgo.
No.
Tampoco callo.
Ni otorgo.
Ni león ni gacela.
Ni aire, ni voz,
ni poema.

domingo, 26 de noviembre de 2017

El apocalipsis

[Texto para buscar figuras retóricas que he propuesto a mis alumnos de 3ºEso en el examen de literatura que realizaron el pasado viernes. Uno de ellos me dijo: "Álvaro, ¿cómo haces para meterte en mi cabeza?...]
Aquella mañana gris y triste de noviembre golpeaba las entrañas sin ninguna piedad. El despertador había gritado demasiado y aún sentía sus truenos rebotando contra las paredes de mi cráneo. Me había duchado mecánicamente, repasando de memoria las figuras retóricas que el iluminado de Álvaro nos había hecho aprender… aliteración, onomatopeya, anáfora, asíndeton, metáfora, metonimia, sinestesia… ¡Una lista interminable! Después un desayuno entre sinalefa y diéresis y sinéresis y lírica culta y popular. ¡Joder, no aguanto más!
Cuando llegué a la cárcel (esto es una hipérbole, jejeje) la sirena llamaba a recuento, así que me apresuré. Corrí. Corrí rápido. Tropecé y aterricé de morros. Raspazos, rasguños, escozor. ¡Y ya llegaba tarde! ¿Qué podría ir peor?
Cuando llegué, terror, a la puerta, estaba ya a cal y canto cerrada. Llamé con indecisión y un sonido cavernoso, profundo, aterrador y malhumorado me invitó, no muy cortésmente, a pasar. Abrí la puerta y busqué el sitio libre más cercano con avidez, deseando con todas mis fuerzas no convertirme en la diana de las iras de aquel loco de atar, que te hablaba como si por cada metedura de pata se fuera a acabar el mundo. De repente mis ojos se encontraron con sus ojos y en ese mismo instante lo supe:
¡EL APOCALIPSIS!

lunes, 6 de noviembre de 2017

El cenicero

Todos nos negamos al sentir
y obramos milagros cada día:
saboreamos las hieles del Olimpo,
bendecimos herejías consistentes
e invertimos en masacres y en hogueras
porque sí,
reconociendo que
todo placer es culpa
y que
somos culpables irredentos.

Nadie huella tierra virgen
y el lenguaje ha perdido su magia,
ni misterio ni ministerio,
solo el líquido fluir de un desvarío
demasiado corriente,
demasiado torrente
para dejarse percibir
y no morir de deseo
cada vez más cerca de un silencio
que se atreve a admitir
su propia intrascendencia:
el ser
y el vacío.

La botella yace inerte
junto al cenicero
que desborda versos,
cenizas y sueños.