A la misma hora,
en el mismo lugar,
sobreviviéndose a sí misma,
desentendiéndose de un mundo
que, a pesar de ella, agoniza.
Ella permanece,
ajena a mis palabras,
a mis sueños y a mis desvelos,
y, en ocasiones, sonríe
para que el sentido
haga un escorzo
revelando un matiz inesperado,
prohibido.
Yo la observo,
como un voyeur empedernido
atenazado por su propio deseo,
siempre inconfesable,
aterrado.
Hay besos tristes
besos que contienes,
besos que te guardas,
a regañadientes,
y casi se te escapan,
pero no,
pienso para ella,
recreándome en su lengua.
Y ella, permanece.
[…]
Hoy
vuelvo al mismo lugar que ayer, con la débil esperanza de verlo. Con la
esperanza de ser su paisaje, su aliento.
Y
ahí está él, como siempre, como nunca, callado.
A lo
lejos me observa y escribe, sin atreverse a leerme, esperando adivinar mis
pensamientos.
Lo
veo y creo conocerlo, aún sin saber exactamente qué espera o qué piensa. Creo
conocer sus sueños y desvelos, sus
demonios y anhelos, sus días malos y buenos. Pero no, es una fantasía...
La
distancia es engañosa, pues a pesar de existir, puedo sentirlo, casi lo huelo.
A pesar de la distancia puedo verlo frente a mí, vestido con su armadura, tan
parecidos al final, tan nuestros.
Hay
besos que te queman en la boca, que te explotan en el pecho, que viven en tu
mente, que no se llegan a dar, besos que calientan el cuerpo.
Él
no sabe todo esto, o quizá lo intuye, y por eso permanece en el tiempo.
[Escrito a dos manos. Siempre rodeado de maravillosas voces. Gracias Arantxa Buján Márquez por tu aliento y tus palabras.]